Propósito del programa: Presentar francamente la inconveniencia y el peligro de las familiaridades y caricias entre jóvenes no casados. PLANES PARA EL PROGRAMA Dispóngase la plataforma de manera que parezca ser la oficina de una preceptora. La persona que haga las veces de preceptora debiera ser una mujer adulta, bondadosa, de apariencia respetable y preferentemente casada. Encomiéndese el papel de Elena a una señorita formal, que tenga entre 15 y 18 años. El diálogo debiera estudiarse y practicarse hasta que se desarrolle en forma natural. De esta manera resultará más efectivo al tratar este eterno y delicado problema de la gente joven. ELENA SE HALLABA CONFUNDIDA (La preceptora aparece sentada frente a su escritorio. Se oye que alguien llama a la puerta de la oficina y, en respuesta al "¡Adelante!" de la encargada de las señoritas, entra Elena). Preceptora: Siéntate, Elena. (Elena lo hace con cierta rudeza mientras mantiene el ceño fruncido y rehúsa mirar a la preceptora). Me han dicho que tú no estás muy interesada en permanecer en nuestro colegio. ¿Cuál es tu problema?' Elena: (con resolución). Quiero irme a mi casa. Preceptora. Pero, ¿por qué razón, Elena? Elena: (encogiéndose de hombros, y jugando con los dedos). Oh, sencillamente porque quiero irme; eso es todo. Preceptora. Elena, tú no eres adventista desde hace mucho tiempo, ¿verdad? Elena. No, desde hace poco, relativamente. Preceptora: Aquí tengo una carta que recibí de tu madre. ¿Te acuerdas todavía del día en que ella y tú fueron bautizadas juntas el verano pasado? Tú sabes también cuánto esfuerzo le cuesta mantenerte en un colegio adventista, y ahora le escribes diciéndole que quieres salir de él y volverte a tu casa. Ella se ha sentido muy preocúpada y me ha escrito pidiéndome que averiguara cuál era la razón de tu pedido, qué era lo que andaba mal. Pues bien, Elena ¿qué es lo que ocurre? Elena: (con rebeldía). ¡Odio este viejo colegio y a todos los que asisten a él! ¡No son más que un montón de hipócritas! Se creen que por ser adventistas son mejores que los demás . . . ¡pero yo estoy segura de que usted no sabe cómo son en realidad! Preceptora: Me parece que tú estás un poco excitada, querida. Ahora, dime honestamente: ¿todo en este colegio es así como tú dices? ¿Quieres decir que todos los alumnos son falsos? Elena: (comienza a sollozar). Bueno . . . tal vez no todos . . . Hay algunos de ellos que son verdaderos cristianos, y yo trato de ser como ellos. Pero hay otros que me tienen confundida. Preceptora: ¿De qué manera, Elena? Elena: Bueno, por esto. Se supone que los adventistas no van al cine, ¿verdad? Sin embargo, después de las vacaciones oí a algunos hablar de las últimas películas que habían visto. Se supone que las adventistas no se maquillan, pero yo he visto a algunas de mis compañeras pintadas como artistas de cine. Y a pesar de todo eso, esos muchachos y chicas son tan pagados de sí mismos que actúan como si por el mero hecho de ser adventistas fueran mejores que los demás. Preceptora: Dime, Elena, cuando fuiste bautizada, o mejor, cuando decidiste tomar el paso del bautismo, ¿qué fue lo que te impulsó a hacerlo? Elena: (pensando un momento). Bueno, conocí a Jesús y entonces deseé transformarme, ser diferente. . . Preceptora: Ahora dime algo más. Cuando aprendiste a amar a Jesús ¿cambió instantáneamente tu vida? No me refiero a un cambio en el aspecto externo, como puede ser. el de dejar de maquillarse, el no lucir joyas, o cosas como éstas. Quiero decir si te convertiste en una persona distinta por dentro. Elena: Yo sé que he cambiado algo. ¡Antes solía enojarme tanto! En cambio ahora me avergüenzo cuando el mal genio me domina. Es que yo quiero ser de veras como Jesús, pero algunos de mis malos rasgos no desaparecen. Por ejemplo, yo no soy muy paciente; me gusta salirme con la mía . . . Sé que estoy lejos de ser perfecta, pero a lo menos no trato de aparentar que soy una santa cuando en realidad no lo soy. Preceptora: Tú te criaste en una región rural, ¿verdad, Elena? ¿Había en tu casa un huerto de verduras y frutales? (Elena asiente con la cabeza). Y bien, '¿maduraban en él todas las frutas al mismo tiempo? ¿Podía uno disponer en una misma época de tomates, guayabas, naranjas y papas maduros? Elena: ¡Oh, no! Las guayabas maduraban en la primavera; los tomates mucho más tarde y las naranjas todavía después. Preceptora. ¿Y no se te ha ocurrido alguna vez que con los cristianos ocurre lo mismo: que todos se encuentran en diversas etapas de crecimiento? Algunos recién comienzan a florecer, por lo tanto, no tienen fruto. Otros tienen un fruto pequeño, todavía no desarrollado; en cambio, otros poseen una cosecha de maduras virtudes cristianas. Tú esperabas encontrar perfección entre nuestra gente joven, y comprendo perfectamente tu chasco. Pero yo te sugiero que busques. Nuevos amigos y amigas entre los jóvenes a quienes admiras, y que por otra parte no juzgues con demasiado rigor a aquellos que son todavía inmaduros. Dios, en su paciencia, les concede tiempo para que se desarrollen. Si al final resultan ser como la higuera que aparentaba llevar frutos pero que no los poseía, ellos deberán ser talados del huerto de Dios, como lo fue la higuera estéril. Es posible que teniendo esta realidad en cuenta el espíritu de profecía haya dicho que de cada 20 profesos cristianos, 19 se perderán. Elena: ¿Cuántos? Preceptora. Diecinueve de cada veinte, a menos que ocurra un gran cambio. Elena: ¿Eso incluye a los jóvenes adventistas? ¡Oh, esto es terrible! ¡Yo no lo sabía! Sin embargo, tal vez usted esté en lo cierto. Yo esperaba encontrar mucha perfección cuando vine al colegio. . . ¿Pero usted realmente cree que será así, que 19 de cada 20 personas que se dicen cristianas se perderán? ¡Vale decir, sólo 5 de cada 100! i Entonces se salvarán únicamente en nuestro colegio! Preceptora: Eso no debe ocurrir necesariamente. Sucederá a menos que ocurra un cambio. Y los jóvenes pueden cambiar. Dios desea salvar a todos. Elena: Srta. Rodríguez, hay otro asunto que me ha venido preocupando y del cual no quería hablar. Usted sabe . . . es un tema difícil de tratar.... Preceptora: Para eso justamente estamos las preceptoras, Elena. Elena: Bueno, es acerca de . . . las caricias y besos entre muchachos y chicas, o "las familiaridades", como alguna gente grande- las llama. Algunas chicas dicen que no hay nada malo en ellas y otras dicen que son indebidas. Nadie me mencionó ese asunto cuando me preparé para el bautismo y tampoco encontré en la Biblia mucho acerca de ellas. Me parece que eso se debe a que en aquellos días las costumbres eran muy diferentes de las nuestras. Preceptora. Déjame preguntarte primero, Elena, qué opinas tú acerca de las caricias y besos entre amigos de ambos sexos. Elena: Bueno, yo creía que los novios se acariciaban porque se amaban, pero conozco algunos muchachos y chicas que lo hacen sencillamente porque les gusta, y con cualquiera. Eso no me parece bien. Algunas muchachas dicen que si una no acaricia al varón con quien sale a pasear, él se disgusta. Yo no creía que los muchachos adventistas fueran así, pero he comenzado a dudar. Preceptora: Déjame contarte algo que ocurrió en la realidad. Sucedió cuando yo era alumna de un colegio. Una de mis mejores amigas era una preciosa muchacha a quien llamaremos Anta, aunque ese no es su nombre. Provenía de un hogar cristiano y sus padres la habían criado según normas bastante estrictas. Su bella apariencia y su disposición alegre no tardaron en atraerle la amistad particular de un hijo de misionero. Ella se enamoró del muchacho y además creyó que él también la amaba. Por otra parte, él era hijo de pastor de modo que no haría ninguna cosa incorrecta. Además ella deseaba agradarlo. Cierto día, mientras estaba en mi pieza, oí que alguien llamaba con precipitación a mi puerta. Al momento entraba Anita, llorando como si su corazón se fuera a romper de tristeza. El muchacho le había dicho que ya no estaba más interesado en ella. Anita sufrió muchísimo, y debo reconocer que yo estaba indignada por la manera en que había sido tratada. Pero poco después, por medio de un compañero de clase, supe la otra mitad de la historia. Aquel amigo especial de Anita le había dicho con bastante franqueza que ya no estaba interesado en seguir pensando en ella como en su futura esposa. "Anita no es el tipo de muchacha con quien yo me quiero casar -había dicho-. Me dejaría hacer lo que yo quiero con ella. Yo busco como amiga, y después como novia, a una chica de quien esté seguro que no se dejará acariciar por ningún otro y que tampoco lo acariciará: una muchacha a quien pueda respetar". Elena: ¡Qué perfecto hipócrita! ¡¿Acaso él era un santo?! Preceptora: Eso es justamente lo que yo pensé. Después de todo, él había tenido su parte en las familiaridades y sin embargo había condenado a Anita creyéndose merecedor de algo mejor. Aunque esto no te parezca justo, hay una enorme cantidad de muchachos que razonan de idéntica manera. Es posible que ellos mismos no sean modelos de virtud, pero cuando llega el momento de elegir una esposa exigen un modelo de chica. Creo que esto demuestra que el ideal que busca la mayoría de los hombres es una señorita que haya reservado cuidadosamente sus demostraciones de cariño sólo para ellos. Elena: Bueno, yo pienso que tal vez esa chica que usted menciona había ido demasiado lejos en materia de caricias. Pero ¿hay algo de malo en . tomarse de la mano . . . o darse un beso de "Buenas noches"? Preceptora: Cuando yo era estudiante conocí a una linda chica que asistía al mismo colegio. En él había un muchacho que parecía haberse enamorado perdidamente de ella y que buscaba la manera de verla tan seguido como le era posible. El director les permitió tener entrevistas privadas, pero surgió un problema. La atracción mutua que sentían los llevó a tomarse de las manos y poco más tarde el muchacho le pidió permiso para que le permitiera besarla. Después de eso ella hizo algo sorprendente: "rompió" con el muchacho. ¿Había dejado de quererlo? No; y esto es lo que le dijo a su madre: "Mamá, somos muy jóvenes. Hoy me pide que le permita besarme, pero todavía nos esperan varios años antes de que nos graduemos y podamos casarnos. Si me pide eso hoy, ¿qué me pedirá mañana?, ¿cuál será el fin de esas concesiones?" Sin embargo, el muchacho no se desanimó ni perdió interés en ella. Tanto es así, que aquellos dos estudiantes de entonces son hoy marido y mujer en un hogar feliz. Estoy segura de que gozan de esa dicha porque esperaron la llegada del momento adecuado para mostrarse su cariño mutuo. Te daré otro ejemplo, Elena. En ese mismo colegio conocí a una chica cristiana que vino a mí cierto día con esta pregunta: "¿Crees que las caricias son inconvenientes?" Por desgracia, en ese entonces yo no sabía de ese asunto lo suficiente, de modo que le dije que si bien el prodigarse caricias entre amigos por el mero hecho de sentir emociones era algo incorrecto, no lo era para dos personas que se amaban realmente y que planeaban casarse. Pero mi respuesta a su pregunta no fue acertada. No mucho después oí de varias fuentes que los muchachos hablaban divertidamente de esa chica, diciendo que con ella era fácil "pasar un buen rato". Como ves, muchas niñas han arruinado su reputación permitiendo que los jóvenes se tomaran ciertas familiaridades con ellas, ya fueran con buenas o con malas intenciones. Elena: Sí, yo sé que una chica no puede tener buena reputación si se permite familiaridades con cualquier muchacho. Preceptora: Para hacerlo más claro, vamos a comparar este asunto con las tarjetas de cumpleaños. Suponte que el muchacho que dice amarte y que afirma que tú eres la única muchacha a quien presta atenciones especiales te envía para tu cumpleaños una tarjeta. Al abrirla, te das cuenta de que está bastante manoseada y que en ella -aunque tachados o borrados en forma parcial están los nombres de varias otras chicas a quienes esa misma tarjeta fue dedicada anteriormente. ¿Aceptarías el obsequio? ¡Seguramente, no! Pues bien, lo mismo ocurre con nosotras. Algún día te encontrarás con alguien que puede ser tu perfecto compañero para la vida. Tú no quisieras presentártele como una tarjeta ajada y manoseada, sino como alguien que se ha conservado exclusivamente para él, ¿no es verdad? Elena: Nunca había pensado acerca del problema de esa manera. Pero si un muchacho y una chica se aman realmente, ¿hay algo de malo en que se permitan ciertas caricias? Preceptora. Durante uno de los primeros años en que asistí al colegio, se sentaba en un banco cercano al mío en el aula un muchacho de hermosa apariencia y agradable personalidad. Cierto día vino a clase con una actitud que hacía pensar que el mundo se había desplomado a su alrededor. Cuando le pregunté qué le pasaba, me contestó que después me explicaría. En el recreo me dijo esto: "Me he metido en un terrible problema. No sé qué hacer. Estoy en un callejón sin salida. Tú conoces esa amiga con quien he salido a pasear algunas veces. Pues bien, ella se ha forjado la idea de que vamos a casarnos. ¡Hasta está haciendo planes para la boda! ¡Pero mírame a mí! ¡Soy muy joven! Todavía no sé cómo ganarme la vida. Además, yo no la amo. Ella me tiene arrinconado y yo no quiero herir sus sentimientos. ¿Qué puedo hacer?" Como yo no conocía toda la historia de sus relaciones con la chica, no pude encontrar una buena solución. "Ya que te has metido en este problema -le dije- lo mejor que puedes hacer es ir a ver a la preceptora y explicarle tu caso. Me dí cuenta que la necesidad de hacer eso lo aterrorizaba, pero por otra parte no quería aceptar la idea de atarse en un matrimonio que ni siquiera buscaba. Finalmente, tomamos la decisión de que yo misma le hablaría a la preceptora por él. Ella averiguó que la muchacha, como resultado de las caricias que él le prodigaba, había llegado a la conclusión de que el joven planeaba casarse con ella. El no deseaba hacerlo, pero por su actitud había causado esa impresión. Por último, la preceptora solucionó el problema aunque hubo lloros, recriminaciones y un difícil momento para los dos jóvenes en cuestión. Ya ves, entonces, cómo la gente joven puede llegar a ponerse en situaciones tales que las lleva a pensar que la única salida honorable es el matrimonio. Y el casamiento en casos similares es un triste y pobre comienzo. Elena: ¿Usted cree que se puede hacer algo para mantener apartada a la juventud del peligro de las familiaridades indebidas? Preceptora: Sí, Elena; ya lo creo. Cada iglesia puede tomar la responsabilidad de hacer algo. En varios lugares, los jóvenes no saben qué hacer durante su tiempo libre o no tienen suficientes lugares buenos a los cuales ir. Cuando se los mantiene activos, pueden aprender a gozar de la mutua compañía, llegan a conocerse mejor y, debido a que están en grupos, no se ven tentados a las familiaridades indebidas. Cuando un muchacho y una chica están demasiado interesados en la mutua y exclusiva compañía se encuentran bajo una poderosa tentación. Ambos necesitan participar de buenas actividades en grupos, que hagan las veces de válvulas de escape. Consideremos por un momento el caso de los jóvenes que buscan las caricias y los besos para obtener emociones. Es incorrecto tomar los privilegios que corresponden a la vida matrimonial y jugar con ellos sólo por gusto. El avanzar por este camino lleva a los jóvenes a cometer daños irreparables. Elena: Bueno, Srta. Rodríguez, esta conversación ha cambiado mi punto de vista sobre el problema: ahora lo veo claramente. ¡Cuánto me gustaría que usted pudiera explicarles también a otras muchachas los peligros de las familiaridades indebidas! ¡Ah, me olvidaba decirle! Ya no tengo ganas de irme a casa. Creo que mi deseo se debía a que me hallaba toda confundida. De aquí en adelante sólo me interesaré en ser buena yo, y no criticaré a los demás. Por otra parte, lo que es correcto sigue siéndolo aunque nadie viva de acuerdo con esa norma. (Elena se pone en pie). Preceptora: ¡Buenas noches, Elena! (Elena sale de la pieza. La preceptora queda sentada y dice, como meditando): "Me pregunto qué opinará el pastor sobre este asunto". C O N C L U S I O N (Que el pastor de la iglesia presente una conclusión breve y al punto, resumiendo las principales ideas del programa e invitando a los jóvenes presentes a proponerse nuevos ideales en este sentido). |